….La luna no tiene luz propia, solo refleja la luz del sol, como tal es un espejo del mismo sol, esencialmente es un reflejo de la realidad. A través de la luna, la persona trata de comprender su alter ego. Intentamos ver la impresión que los demás tienen de ella, pero cada vez que lo hace, se abandona a si misma. Mirándose a través de los ojos de los demás, crece cada vez más confundida sobre quién es en realidad, dado que el espejo cambia constantemente.
La luna ostenta la regencia de nuestra memoria. Y aquí es donde podemos engañarnos a nosotros mismos con facilidad, puesto que en gran medida el karma se basa en la memoria. Lo que uno no recuerda realmente, incluso de forma inconsciente, no existe en el ahora. Pero la constante repetición de fobias, traumas y experiencias anteriores siguen trayendo el pasado al ahora que, a la inversa devuelve el ahora al pasado. Si uno no es consciente de este funcionamiento, resulta muy fácil experimentar una especie de ahora corredizo a través del propio signo lunar. Y ese ahora corredizo es capaz de atenuar muchísimo el poder del sol.
Existe un límite a todo aquello que uno puede almacenar en su memoria, y cuanto más trate de atestar ese almacén más borroso se volverá el espejo de la Luna. Recuerda tus acciones mientras las estás haciendo. Esa es la clave para permanecer en el ahora. No hay hábitos en el ahora, sino que hay un fresco nacimiento de experiencia a través del cual existe un sentimiento de novedad por todas partes.
Para que un hombre sea él mismo mediante su sol, debe ser capaz de verse a si mismo a través de su luna, pero no debe confundir ver con ser. Muchas personas tratan de ser su luna, o el reflejo de ellos mismos en vez de su verdadero yo. Resulta fácil caer en ello porque en nuestro entorno es natural tratar de agradar a los demás. Por eso utilizamos nuestra luna para mostrar las emociones que creemos que se esperan de nosotros. Sonreímos cuando deseamos conservar una amistad; Gritamos y nos enfadamos si queremos acabar con una relación; nos mostramos estupendos cuando queremos enamorar a alguien…. Más tarde examinamos nuestras reacciones lunares para ver si son apropiadas sin llegar a darnos cuenta que no eran más que un mero reflejo de cómo intentamos y queremos vernos a nosotros mismos a través de los demás.
La luna nos permite sentir el ahora. Nos pone en contacto con nuestro cuerpo físico, que no es el mismo de ayer ni será el de mañana. Nos proporciona una receptividad del mundo cambiante que nos rodea y nos impulsa a crecer. Ciertamente tenemos que recordar el pasado (con el fin de sentirlo como fundamento de nuestro ser a nivel inconsciente), pero siempre tenemos que comprobar de forma instantánea que no está ocurriendo «ahora». La trampa en la que la mayoría de nosotros cae es que los recuerdos de momentos pasados afloran en la mente consciente (que el deseo de evolución parece impulsar) y tendemos a creer que estamos reviviéndolo. Eso trae el pasado al ahora con una intensidad tal que, en realidad, reemplaza el ahora y entonces perdemos contacto con la correcta prioridad del tiempo. Un individuo reacciona casi siempre ante una situación del mismo modo en que solía hacerlo frente a situaciones similares en el pasado. Al hacerlo nunca se da cuenta del todo de que la situación actual es cuando existe en el ahora.
El propio reflejo del hombre, tal y como se ve a través de su luna, siempre cambia. Un día se mira al espejo y se gusta, una hora después vuelve a mirarse y ya no se gusta. Entonces lucha consigo mismo para tratar de regresar al punto en que se veía a si mismo y se gustaba. La luna rige el crecimiento, pero somos nosotros quienes tenemos que podar las ramas del árbol de modo que siempre mantenga el aspecto que nos gustó por última vez, ¿o debemos dejar que ese árbol crezca, brote y se satisfaga a si mismo hasta su potencial último? Cuanto más se mire el hombre a través de su luna, más consciente será de esos constantes cambios.
El hombre puede moverse a través del tiempo o permanecer fijo en el de acuerdo con su elección. Puede obstruir emocionalmente su pasado, mediante anteriores cargas que ya no existen o bien dejarse llevar por la corriente de su presente siempre cambiante. La luna le brinda esa oportunidad. Entonces ya no es un mero espectador del mundo que le rodea. En cambio forma parte del mundo que le rodea. Empieza a darse cuenta de cuánto duele herir a otra persona. Empieza a sentir el dolor, el sufrimiento, la pena, la miseria, la desesperación, la alegría, la felicidad, la excitación y la belleza en todo lo que le rodea. Fluye con los cambios. La luna nos enseña que ningún hombre es una isla sino que cada emoción que siente forma parte de una corriente cósmica en la que flota. Algunas veces son grandes olas y otras aguas tranquilas y claras.
La creencia de que poseemos y controlamos nuestra vida emocional es completamente falsa, y es a partir de esa falsedad que deriva gran parte de la infelicidad del hombre, ya que trata constantemente de agarrarse a si mismo. Intenta establecer una corriente de emociones con la que no puede contar, aunque quiera, con el fin de que le sea útil para conseguir los fines que desea. Pero los fines se basan en los medios, y los medios de una corriente proceden de la creación de una de sus gotas de agua. En el momento en que es consciente de ello, superará sus batallas emocionales internas y ganará la guerra. Cuando se mire a si mismo acabará comprobando que no todo es culpa suya y que no todo es. Deja de intentar defenderse de quienes afectan sus emociones, puesto que cuanto más trata de hacerlo más a disgusto se queda en su pasado y pierde su ahora. Afronta el hecho de que los demás puedan ejercer un efecto bastante fuerte en sus emociones, pero también a la inversa descubre cuánto influye él sobre las emociones de los demás. Así en lugar de pasar su vida emocional tratando de clasificar quién esta influyendo sobre quien, aprende a aceptarse a sí mismo y a los demás como parte de un flujo cósmico que siempre cambia en el ahora.
...mientras muevo el objetivo buscando en el exterior descubro nuevas siluetas que me sorprenden.
Con su potente lente las siluetas se vuelven enormes y cercanas, llenando este espacio como un caleidoscopio multicolor de símbolos y significados que crean simetrías inesperadas.
En el Observatorio no hay reloj, el tiempo parece haberse detenido, todo está presente y todo permanece.